3.28.2005

El matrimonio no es un contrato



Se han cumplido algunos meses desde la incorporación de nuestro país al grupo de estados cuya legislación acepta y regula el divorcio vincular. Como los ánimos ya están más calmados después de la fuerte discusión a que asistimos previamente a la aprobación de la ley de divorcio, me parece que es posible dialogar acerca de la esencia del matrimonio. Me gustaría plantear una idea novedosa, esta vez, nacida en el seno de las universidades europeas y producto, primeramente, de estudios jurídico-históricos. Hay que tener presente que las instituciones de Derecho no nacen como callampas (setas) después de la lluvia, sino que se forman a lo largo de los siglos, en una frase inolvidable que le escuché a mi profesora de Historia del Derecho.

Quiero referirme a la naturaleza contractual del matrimomio. Desde la Antigüedad y hasta el s XII, hombres y mujeres no se casaban ante el estado, ni ante el rey, ni ante el ayuntamiento. El consentimiento matrimonial era bifásico, se dividía en dos etapas: los esponsales (pacto familiar que tenía lugar cuando los futuros contrayentes eran aún niños) y las nupcias (durante la adolescencia y cuyo punto culminante era la unión sexual). No había un momento en que los esposos pronunciaran el Sí, quiero. El consentimiento no era otra cosa que la voluntad marital, cuyo instante más significativo era el conocimiento sexual. Esto conducía a la existencia de los matrimonios clandestinos, en que la unión se producía entre personas que no estaban comprometidas en matrimonio por sus familias. De manera que se presentaban casos en que una persona tenía dos esposos/sas, uno/a en ciernes y otro/a con el/la cual ya se había llegado a la unión sexual.

La declaración de voluntad mediante palabras expresadas por los esposos presentes y libres, el Sí, quiero fue creada por los teólogos y canonistas del s XII y recogida por las Decretales, el Derecho Canónico de la época. Ahora bien, los profesores de Bolonia y París que forjaron este ordenamiento matrimonial, adoptaron de los civilistas de los s. XII y XIII, la clasificación del matrimonio entre los contratos bilaterales, tomada a su vez, del Derecho romano. Como en los contratos es indispensable el consentimiento, les pareció que éste era el vehículo jurídico más apropiado para salvaguardar la voluntad de los contrayentes -sobre todo de la mujer- frente terceros, especialmente frente a la familia, para casarse con quien quisieran.

Este ordenamiento jurídico matrimonial fue recepcionado por el estado moderno, al codificar, entre los s XIX y XVIII, el matrimonio civil o legal, oportunidad en que se acentuó aún más, la idea del matrimonio-contrato.

Pero, en su esencia, el matrimonio no es un contrato. O si se quiere es un contrato sui generis o un súper contrato, aunque me inclino a no emplear estos términos porque resultan equívocos. Una buena parte de la doctrina europea ha empezado a hablar de alianza o pacto. La gran diferencia entre esta nueva forma de ver el matrimonio y la anterior, es que el objeto del matrimonio son los cónyuges mismos y no una mera regulación de la sexualidad y de los bienes. Mientras en los contratos bilaterales, las personas intercambian derechos y deberes, que recaen sobre cosas, objetos extrínsecos a los propios contratantes, en el pacto conyugal, se entregan y aceptan los esposos mismos.

La entrega personal no puede ser sino única y exclusiva en el tiempo y en el espacio. Esta nueva manera de concebir -jurídicamente- el matrimonio, que tiene hondas raíces en la historia social, puede contribuir significativamente al desarrollo de lo que llamaría una nueva cultura de la alianza conyugal.

El matrimonio no es un contrato

3.15.2005

Las naciones suicidas



Ahora que las vacaciones llegaron a su término, algunos de nuestros compatriotas regresan de sus viajes ultramarinos. Estudiantes de colegios de colonia vuelven a Chile después de haber visitado Italia, Francia, Alemania o Suiza. A quienes -la inmensa mayoría de los chilenos- no hayan tenido la oportunidad de visitar estos países, les recomiendo las películas Bourne Supremacy y Ocean's Twelve, ambas ambientadas en el Viejo Continente. Hollywood nos muestra Europa como un mundo sin niños -salvo por la fugaz aparición de un pequeño turista que espera en las gradas de un museo romano en Ocean's-. Sin duda es una exageración, en Europa todavía quedan niños, pero es una realidad estadística innegable que hay cada día menos.

Es el invierno demográfico: cada vez hay más ancianos, que -gracias a los avances de la medicina- son progresivamente más viejos y menos descendencia. Como si esto fuera poco, comentando los resultados de la última prueba PISA, un alto funcionario del gobierno de Schroeder, se lamentaba hace un par de meses: no sólo tenemos menos niños, sino que cada vez son más tontos. Esto, según él, debido a que el 40% de las mujeres con un grado universitario no tienen hijos. Como siempre, las mujeres son las culpables.

El economista francés Yves-Marie Laulan habla de Les Nations Suicidaires (ISBN 2868395031). Europa ya no sería el continente sin orillas, sino más bien una Europa sin rostro y con un encefalograma plano. Agrega que, sin descendencia, inevitablemente se pierde terreno en la economía, la política y la cultura. A mi modo de ver, es lo que ocurre actualmente frente a China, India y los EEUU, país al cual se culpa de todos los males. Explica Laulan que los procesos demográficos son imperceptibles hasta que se precipitan y que sus consecuencias perduran por decenios, siglos o tal vez son francamente irreversibles.

El estado de bienestar -prosigue- ha conducido a que Francia se transforme en una nación de asistidos donde los políticos pretenden esquivar toda responsabilidad -también frente al drama demográfico- intentando únicamente ganar la siguiente elección, según la máxima del Rey Sol: después de mí, el diluvio. Laulan señala que quienes, en las próximas décadas, exhibirán pasaporte un francés no serán necesariamente hijos o nietos de los franceses de hoy. Efectivamente, en Francia la inmigración es muy fuerte, los problemas políticos -el velo islámico- que presenciamos durante el verano (invierno) pasado no son sino consecuencia de las dificultades que origina el fenómeno migratorio.

En su nuevo libro, Chronique dune mort annoncée (ISBN: 2 86839 959 2), Laulan se refiere al caso alemán. Compara el suicidio demográfico de sus vecinos -en este momento los mejores aliados de Francia, en el eje París-Berlín o lo que Donald Rumsfeld llamó Old Europe- con la muerte blanda que propician los partidarios de la eutanasia, es una muerte tanto más dolorosa cuanto es querida, voluntaria, deseada. Es la muerte -primero espiritual y luego física- de una nación que no quiere vivir más, pues ha perdido toda esperanza en el futuro. Y todo optimismo económico. Explica que, pese a que la ayuda monetaria estatal por cada niño que es tan alta que es que es superada sólo por Luxemburgo, la tasa de natalidad es apenas de 1,29 niños por mujer, lo cual no permite ni siquiera la reposición generacional.

Laulan escenifica la situación de las naciones de Europa de una manera un tanto macabra, en que un cadáver es trasladado en una carroza fúnebre tan lujosa y confortable -el estado benefactor- que no se da cuenta que está muerto.

Las naciones suicidas